Empezó, cuando una familia de turistas hindúes se acercó a mí, mido 1,75 centímetros, los adultos eran pequeños, el varón de la familia me llegaría por encima del codo sin aproximarse al hombre demasiado, la mujer apenas sobresalía del codo, y los niños se perdían por debajo de mis rodillas. Me sonreían con la risa en los ojos. El hombre me señalo, señalo a su familia y me puso la cámara de fotos delante de mis narices.
El idioma universal de los signos. Trate de coger la cámara de fotos del hombre, empezó un pequeño forcejeo. De esos inconscientes, donde tu mente procesa varias ideas al mismo tiempo, “quiere foto””¿Por qué no suelta la cámara?””Piensa que quiero robarle la cámara, que no sé hacer fotos””¿Qué le pasa a este tipo, porqué no suelta la cámara?”.
. Quiere hacerte una foto con su familia.- me dice el guía.
Suelto la cámara. Pues yo soy como un perro de presa. No era consciente de estar aferrada a ella. Sonrió.
. Vale.- digo.
El guía habla con el padre de familia, quien está dispuesto a dejar su preciosa cámara en manos del guía, y entra en plano. Se hace la foto. Me reverencian de nuevo, el guía entrega la cámara al turista aborigen, y cuando tratamos de volver junto al grupo, se había formado una fila de familias que querían fotografiarse conmigo.
Como soy optimista por naturaleza, quise creer que fue mi risa la que llamo su atención, pensar otra cosa seria muy triste.
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