lunes, 31 de octubre de 2011

Un cuento de difuntos. Parte 4

Don Álvaro llegó a Salamanca el día 31 de octubre, las campanas doblaban con aquel tañido triste y monótono, dejando un suspiro entre repiques. La lluvia pintaba el aire con matices grises, desde la noche anterior, en que recupero el control de sus sentidos, no había vuelto a perderlos.
Su vieja mano, ahora nueva, aferraba las riendas con fuerza, mientras con sus muslos dirigía el caballo hacia el palacio episcopal. Desmonto como un hombre entero, un muchacho cuya mugre se desdibujaba bajo el peso del agua se ocupo de su montura, mientras él, con paso ligero subió la escalinata.
. Vengo a ver al obispo.- dijo al criado que le abrió la puerta, este con gesto triste le acompaño hasta el despacho, sin decir palabra le dejo allí esperando.
. ¿Vienes por el libro?.- preguntó el obispo a su espalda.
. Así es.- respondió Don Álvaro, preparado para luchar por él, se sorprendió cuando el obispo le entrego una caja de madera con adornos dorados.
. Ya lo tienes. Ahora vete rápido, antes de que cambie de opinión.
El caballero cogió la caja y se marchó de la casa. Dos minutos después entró el criado seguido por un hombre alto y orondo.
. ¿No decías que un caballero esperaba aquí?.-
. Le deje aquí, señor.- dijo el criado.- pregunto por su ilustrísima, pero como aun están amortajándole, no me pareció bien llevarle a sus habitaciones.   
. Hiciste bien, pero ¿Dónde está el caballero?
El criado se encogió de hombros. Ambos salieron del despacho, no era el momento de entretenerse con un velatorio a punto de comenzar.
Las campanas seguían tañendo lastimosas, mientras él esperaba en la almena de su castillo, la aparición de la noche anterior.
. Eres un hombre extraño.- dijo la voz del hombre al que esperaba.
. Bastante común, sin duda, nada me distingue ni me hace destacar del resto.- no era falsa modestia la del caballero, realmente lo sentía así.  
. Te he elegido para custodiar el libro de los muertos, de todos aquellos que alguna vez lo tuvieron, eres el único que ni siquiera ha tratado de hojearlo.
. No me gustan los libros. No sé leer.
(Continuara …)


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